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Luis Namuncurá

Luis hizo de chico las tareas del campo, intento luego estudiar en Neuquén, pero cuando murió un hermanito de 4 años de leucemia se volvió a la comunidad.

En 1891 Manuel Namuncurá, su bisabuelo, llego al Paso San Ignacio en carreta tras dos años de travesía con los restos de su tribu diezmada, y a su abuelo Vicente Namuncurá le tocó la tierra que hoy ocupa Luis.

Allí nació y se crió su madre, Teresa Inal, tambor del camaruco (nieta de Rosario Burgos, madre de Ceferino Namuncurá), que murió hace tres años tras sufrir dos ACV, disgustada con parientes por el manejo de los cargos y los objetos sagrados del linaje Curá, entre ellos el Newen, una piedra sagrada que el linaje ha conservado por centurias y a la que le atribuyen poderes sobrenaturales.

También allí se crió Ceferino Namuncurá, cuyos restos descansan en un mausoleo con forma de kultrún.

Elba Mena

Tiene 56 años, su madre crió cinco hijos que quedaban a veces dos días, a veces más tiempo sólos; pasaron mucha necesidad y Elba no fue al colegio. A los 16 años conoció a Luis, y se casaron en la vieja iglesia de madera de la comunidad. 
El hijo mayor, Luis (h) fue a estudiar a los seis años pupilo al pueblo, porque en el campo no había futuro. Ahora es cabo del ejército. Con el hijo menor, Cristian, fue distinto, ya había escuela primaria en la comunidad y para la secundaria todos se mudaron a Junín. Luego Cristian entró al ejercito como vaqueano, y ellos se volvieron al campo.
Elba hace las tareas de la chacra. Tiene sueños y visiones, en sueños le decían como tenía que hacer para curar y que no se asustara. A Luis (h) se le rajó el hígado y ella lo curó con yuyos y rezos, hasta que Elba se asustó de su don y dejó de practicarlo. 

Gerónimo Namuncurá

De 48 años, es sobrino de Luis, carga al hombro un palo de leña por día desde el río, hace huerta, tiene unas pocas chivas, mantiene limpias las aguadas y vertientes. Dice que si un winca las mira o las toca se secan, porque los espíritus dueños de las vertientes se enojan. Es también el encargado de cuidar los dos caballos sagrados del Newen, uno cenizo y el otro alazán, que solo se utilizan en la rogativa anual para predecir cómo vendrá el clima y las cosechas. Durante veinte años esquiló ovejas viajando en colectivo y carro seis meses cada vez, por las provincias de Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz, avisando sus movimientos por la radio del pueblo a Susana, su mujer que se quedaba en el campo criando a seis hijos, hasta que se hicieron mayores. Sufren mucho la falta de agua, creen debido a la explotación minera y petrolera en zonas aledañas.

Susana Cisterna

De 51 años, es hija de Pedro Cisterna (90) y Ercila Cayulef (86), descendientes de un embajador y un lancero de la tribu salinera. Don Pedro hizo arreos de ganado de hasta ocho meses de duración. Doña Ercila se quedaba con los pequeños y se las arreglaba como podía. Lo mismo vivió después Susana, quedando sola durante meses con seis hijos, a veces le llegaba plata y a veces no.     
Susana trabajó diez años por un plan de 150 pesos en la escuela de la comunidad, cocinaba y limpiaba, cargaba el agua en baldes desde una vertiente distante y empinada. Crió un hijo dentro de un cajón de fruta en la cocina de esa escuela. 
Actualmente son once personas habitando una casa de tres pequeños ambientes de un plan de urbanización provincial, expuestas al viento polar de la cordillera, sin árboles ni una sombra donde guarecerse del sol, el polvo y la ceniza volcánica. 

Ercila Pérez

El rostro curtido de Doña Ercila (86) esta surcado de arrugas como pliegues de las montañas próximas. Vive en la costa del río Catan Lil, durante última crecida el agua subió doce metros tapando la copa de los sauces.
  Se crió con su abuelo Casimiro Cayulef, lancero de Calfucurá y Namuncurá, quien le contaba historias del Awcan, porque de joven tenía su toldo en el Puelmapu, próximo a Salinas Grandes (La Pampa. Aunque le faltaba una pierna era un guerrero eximio, muy liviano para escapar del malón blanco en su caballo moro al que se subía por el codo. Al galope flechaba desde abajo de la panza, el caballo era sordo y entonces no se asustaba con los disparos de los militares.
Por entonces, para los mapuches el Puelmapu era el último lugar de la tierra y donde empezaba el mar de oriente, y cada arreo de ganado era también un viaje cósmico a mundos extraños y lejanos.

Sebastián Cisterna

A sus 46 años, Sebastián conoce todos los pasos y senderos en la montaña, por haber acompañado desde pequeño a su padre, Don Pedro, en la vida de arriero. Vive con su madre, Doña Ercila, cría chivas y siembra cereales y hortalizas en una de las pocas zonas de cañadones inhóspitos donde los mapuches pudieron esconderse y sobrevivir a las partidas militares durante la conquista del desierto.
En el reparo de la chacra hay un altar de chapa con una estampa de San Sebastián, patrono de la salud, al que veneran. De pequeño se le estropearon los riñones, los médicos de Aluminé, Junín de los Andes y Neuquén decían que no podían hacer nada. Entonces lo llevaron a ver a Doña Cecilia(99), la anciana curandera de la comunidad, que rezó, le dio unos yuyos para tomar en té, y le dijo que le pidiera mucho a San Sebastián. Y así se curó...

Laureano Namuncurá

Tiene 44 años, vive con su mujer Miriam y sus dos hijos, Junior (14) y Arnaldo (13), que lo ayudan en las tareas del campo y van a la escuela de la comunidad. Laureano está a cargo del rewe durante la rogativa anual, porque habla muy bien la lengua mapudungun, requisito indispensable también para comunicarse con el Newen, la piedra santa del linaje Curá. Pero dice que lo discriminan por indio cuando lo escuchan hablar como mapuche. 
No le gusta la deuda, caza avestruz, pichi, perdiz, liebre o peludo para comer, y sufre con su familia de sed por la falta de agua. Criancero, tiene más de cien chivas que le dan pura pérdida, porque no las consigue vender. De a poco las va carneando y aprovecha el cuero, la lana y los tendones para hacer tejidos y artesanías, que cuando baja al pueblo distante unos noventa kilómetros, procura vender a los turistas o a los comerciantes.

Miriam Martín

Con 47 años, es la mujer de Laureano, y madre de Junior y Arnaldo. Tuvo una infancia difícil, muy pequeña fue abandonada por la madre, y se crió con su abuela Doña Cecilia, de quien aprendió el arte de curar empacho, neumonía, cáncer, mal de ojos, hígado, riñones...Doña Cecilia, llegó a la comunidad a los 12 años cautiva desde Chile, y luego se convirtió en la principal curandera de la región. El hospital de Aluminé le envía todos los meses en ambulancia a los enfermos desahuciados, y a muchos sana. Miriam sabe hacer todas las tareas del campo y preparar las comidas tradicionales mapuches. Mantiene una relación por momentos conflictiva con Laureano, y sufre también el aislamiento de su familia, que pocas veces la visita, al vivir en el límite con la cordillera. Es muy creyente y respetuosa de los ritos salineros y del poder del Newen, la piedra sagrada de Calfucurá.

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